lunes, 25 de abril de 2016

1 DE MAYO: VI DOMINGO DE PASCUA.



”Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho 

ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

1 de Mayo

VI DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos 15,1-2.22-29

Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.

Salmo 66:

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

2ª Lectura: Apocalipsis 21,10-14.22-23

Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo.

PALABRA DEL DÍA

Juan 14,23-29

“Dijo Jesús a sus discípulos: “el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.”

REFLEXIÓN

La ausencia física de Jesús en medio de los suyos fue siempre un problema para los cristianos, sobre todo para los apóstoles y los primeros discípulos tan marcados por la experiencia vital del Maestro.

            Muchas eran las preguntas que podían hacerse: ¿Cómo continuar su obra? ¿Cómo escuchar su palabra? ¿Cómo hacer frente a los problemas y dificultades que seguramente se suscitarán con el correr del tiempo? ¿Cómo interpretar correctamente sus palabras y darles el sentido exacto? ¿Y cómo organizar una comunidad que apenas estaba esbozada al morir su fundador?

            Y el evangelista Juan, preocupado por esta comunidad cristiana que debe ser la prolongación de Cristo en el tiempo y en el espacio, nos da una respuesta e insiste en ella; es el don del Espíritu Santo el que completará la obra de Jesús. Juan y Lucas son los dos evangelistas que subrayan constantemente la obra del Espíritu en la comunidad cristiana.

            Acercándonos ya inmediatamente a la celebración de la Ascensión del Señor y a Pentecostés, no nos extrañemos de que la liturgia incline hoy nuestra mirada hacia el Espíritu Santo que debe juzgar un papel tan importante en la dinámica de la comunidad cristiana. Como sucede en estos domingos, mientras el evangelio de Juan nos presenta el postulado teórico de la cuestión, el libro de los Hechos nos da la visión pragmática desde ciertas situaciones concretas.

            Jesús se va al Padre y siente la preocupación de los apóstoles por esa ausencia que puede ser también una ruptura. Por eso les dice:  “Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paralítico (o abogado), el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.

            El Espíritu Santo es llamado por Jesús “defensor” o “abogado” –literalmente, Paráclito-, porque no deja sola a la comunidad sino que está a su lado para siempre. No es un abogado para después de la muerte, sino un defensor para asesorar a la comunidad aquí, en esta larga marcha histórica. El Espíritu es el “otro” defensor, el segundo abogado, ya que el primero es el mismo Cristo, cabeza indiscutible de la Iglesia, como lo llama Pablo.

 “Dijo Jesús a sus discípulos: “el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

            Es una palabra de amor: “haremos morada en él”. Hasta qué punto Dios nos ha amado, que no sólo nos habla desde fuera, sino que se hace palabra en nosotros; que no sólo se acerca, sino que se hace intimidad en nosotros; es un amor entrañado en nosotros.
            Esto tiene algunas consecuencias:

Ya nunca puedes sentirte solo. Tienes una divina compañía.

Ya nunca puedes sentirte triste o débil. Tienes el consuelo y la Fuerza de Dios contigo.
Ya no puedes despreciarte o deprimirte. Tienes una maravillosa dignidad.

Ya no puedes marginar o menospreciar al pobre y a nadie, porque también ellos están tocados por la divinidad.

Ya no puedes quedar indiferente ante los hermanos que viven arruinados física y espiritualmente, porque son profanaciones de la morada de Dios.

Ya no puedes guardar para ti estos tesoros, tendrás que hacer como Cristo, llevar al mundo la palabra y el amor.

Ya no hace falta buscar un lugar secreto para rezar o gritar mirando al cielo, basta que mires hacia dentro y te pongas a la escucha.

Y ya no podrás conformarte con dedicar un ratito a la oración, sino que debes orar siempre, abierto a la presencia de Dios.

Ya no podrás hacer nada por tu cuenta, debes escuchar el parecer de los que te habitan.
Ya no puedes vivir para ti, has de vivir para ellos y has de vivir como ellos, creando la comunión.

ENTRA EN TU INTERIOR

LA PAZ EN LA IGLESIA

En el evangelio de Juan podemos leer un conjunto de discursos en los que Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Los comentaristas lo llaman "El Discurso de despedida". En él se respira una atmósfera muy especial: los discípulos tienen miedo a quedarse sin su Maestro; Jesús, por su parte, les insiste en que, a pesar de su partida, nunca sentirán su ausencia.

Hasta cinco veces les repite que podrán contar con «el Espíritu Santo». Él los defenderá, pues los mantendrá fieles a su mensaje y a su proyecto. Por eso lo llama «Espíritu de la verdad». En un momento determinado, Jesús les explica mejor cuál será su quehacer: «El Defensor, el Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Este Espíritu será la memoria viva de Jesús.

El horizonte que ofrece a sus discípulos es grandioso. De Jesús nacerá un gran movimiento espiritual de discípulos y discípulas que le seguirán defendidos por el Espíritu Santo. Se mantendrán en su verdad, pues ese Espíritu les irá enseñando todo lo que Jesús les ha ido comunicando por los caminos de Galilea. Él los defenderá en el futuro de la turbación y de la cobardía.

Jesús desea que capten bien lo que significará para ellos el Espíritu de la verdad y Defensor de su comunidad: «Os estoy dejando la paz; os estoy dando la paz». No sólo les desea la paz. Les regala su paz. Si viven guiados por el Espíritu, recordando y guardando sus palabras, conocerán la paz.

No es una paz cualquiera. Es su paz. Por eso les dice: «No os la doy yo como la da el mundo». La paz de Jesús no se construye con estrategias inspiradas en la mentira o en la injusticia, sino actuando con el Espíritu de la verdad. Han de reafirmarse en él: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».

En estos tiempos difíciles de desprestigio y turbación que estamos sufriendo en la Iglesia, sería un grave error pretender ahora defender nuestra credibilidad y autoridad moral actuando sin el Espíritu de la verdad prometido por Jesús. El miedo seguirá penetrando en el cristianismo si buscamos asentar nuestra seguridad y nuestra paz alejándonos del camino trazado por él.

Cuando en la Iglesia se pierde la paz, no es posible recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Con el corazón lleno de resentimiento y ceguera no es posible introducir la paz de Jesús. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar caminos equivocados, y dejarnos guiar por el Espíritu que animó la vida entera de Jesús.

José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR

            El Espíritu y nosotros… Nosotros todos, toda la comunidad es la depositaria de este don por excelencia del Padre. Mientras los cristianos sepamos decir: “El Espíritu Santo y nosotros”, no habrá peligro de divisiones ni de violencias internas, aun cuando los problemas planteados presenten puntos de vista distintos y hasta opuestos.

            Esta es la lección que debemos recoger del libro de los Hechos de los apóstoles: una lección tan sabía como dura de aplicar cuando las pasiones ciegan al espíritu.

ORACIÓN

            Señor, sé, que comulgar es afianzar la fe en un solo Señor, en un solo Espíritu y en un solo Padre bajo cuya luz caminamos por el desierto de la vida. Envía a nuestros corazones el don de tu Espíritu, para que él y nosotros sepamos encontrar el camino de una Iglesia unida, abierta y generosa.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.


Imagen para colorear.

Habitaremos en quien me ama y guarda mi palabra, y recibirá mi paz.




lunes, 18 de abril de 2016

24 DE ABRIL: V DOMINGO DE PASCUA.


QUINTA SEMANA DE PASCUA

Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser Dios, dado en comunión.

            Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la palabra única entregada por Dios en Jesucristo. “¡El reino ha llegado a vosotros!. La Palabra de Dios no tiene más palabras para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se pueden ya oír la voz eterna. El amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se efectúa ya el gran gesto de Dios.

            El tiempo de la Iglesia se confunde con el de espera y la esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a la futura consumación. Y aunque viva ya la visión del cara a cara. Dios se ha revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará todo el tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: “¡Venga tu Reino!”. Con la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.

            Sois el Cuerpo de Cristo, ¡y no hay que profanar el amor!

            Sois la Viña plantada por Dios, ¡y no debéis nutriros de fuentes estériles!

Sois el pueblo consagrado, ¡y no podéis coquetear con el mundo caduco! ¡Señor, ten piedad de nosotros!.



“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

24 de Abril

V DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos 14,21-27

Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos.

Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

2ª Lectura: Apocalipsis 21,1-5

Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,31-35

“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

"Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él.
Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".

REFLEXIÓN

            “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”

            Es un sueño y una esperanza que viene de muy lejos. Todos los profetas y hombres inspirados, todos los misioneros y testigos, todos los creadores y revolucionarios han buscado ese cielo nuevo y esa tierra nueva.

            No nos gusta el pasado. ¡Cuánta corrupción y cuánta barbarie y cuánta maldad! No nos gusta el presente. ¡Cuánta corrupción y cuánto egoísmo! Ayer y hoy, ¡cuánta vejez y cuánta suciedad! Queremos un mundo nuevo, en el que se destierre la violencia; en el que habite la justicia; en el que habrá gozo y alegría por siempre, ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor. Un mundo nuevo en el que se restaure el verdadero paraíso, rotos los yugos de los tiranos y las botas estrepitosas, quemados los mantos manchados de sangre y las leyes de la exclusión, corriendo con abundancia los ríos de la paz y de la ciencia, respirando todos un aire de libertad. Un mundo nuevo en el que se defienda al pobre y al desvalido, en el que haya sitio para todos, en el que se impongan las normas y costumbres del respeto, la tolerancia y la solidaridad. Un mundo nuevo en el que el cielo se acerque a la tierra y Dios mismo sea nuestro príncipe y pastor. Entonces este mundo será “la morada de Dios con los hombres”. Dios mismo “acampará entre nosotros” y “enjugará las lágrimas” de todos los rostros.

            El mundo nuevo, el Reino o la morada de Dios, ya está aquí. Está en la persona que se renueva, dócil al Espíritu de Jesús, y está en los grupos que se comprometen a favor de los pobres, y está en la sociedad que se esfuerza por ser más justa y solidaria. El mundo nuevo está en todos los que siguen deseándolo y esperándolo activamente, en todos los que lo cantan y lo comunican, en todos los que estudian las leyes y los medios que conducen a su progresiva realización. Y está en todos los que lo rezan y lo sufren, en todos los que creen y los que aman.

ENTRA EN TU INTERIOR

NO PERDER LA IDENTIDAD

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la "cultura del intercambio". Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que "el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea". La gente capaz de amar es una excepción.

Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.

Si la Iglesia "se está diluyendo" en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.

Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.

José Antonio Pagola


 ORA EN TU INTERIOR

            Es el amor lo que engendra a la comunidad y lo que la alimenta. El amor manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo; por eso, una comunidad servicial es el templo viviente de Dios; es su casa y su morada.

            Y desde ese amor, tan divino como humano, tan espiritual como concreto, tan interior como sensible, deben leerse los demás signos cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen sentido si no son expresión de amor. Y una Iglesia sin amor es el anti-Cristo, el anti-signo de Jesús. Es, simplemente, un cuerpo muerto.

            El domingo pasado hablábamos de interiorizar nuestra relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que sólo el amor produce esa interiorización. El amor constituye la verdadera ideología del cristianismo, el punto de vista desde donde todo puede tener valor o puede no servir para nada.

            Siendo así el pensamiento de Jesús, no tenemos más alternativa que revisar nuestras actitudes, gestos, actos, instituciones y todo nuestro aparato legal para ver en qué medida son expresión y signo de amor o son, más bien, una forma elegante de evadirlo.

            Esta es la verdadera novedad, el amor de Cristo. Si se nos pide un amor como el suyo, estamos ante una realidad distinta. Si se nos manda que nos amemos como Cristo, se trata, desde luego, de un mandamiento nuevo.

            El amor de Jesucristo es auténtico, limpio, gratuito, respetuoso, paciente, entrañable, compasivo, oblativo, ilimitado, incondicional, universal, definitivo.

            Este amor, no es un amor que se cultive en la tierra. Es más bien un amor propio de Dios.

            No sabríamos qué admirar más. Damos alguna pincelada de los aspectos más novedosos.

-           Ama misericordiosamente, compasivo y enternecido ante cualquier miseria humana.

-           Ama con preferencia a los más pobres y pequeños, los que menos seducen, los que no pueden pagar, los que más necesitan.

-           Ama a todos, superando exclusivismo o privilegio, haciendo del más lejano un hermano, un próximo.

-           Ama gratuitamente, desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.

-           Ama incondicionalmente, para siempre, pase lo que pase y suceda lo que suceda.

-           Ama en comunidad, forjando comunión.

-           Ama hasta el fin, hasta darlo todo, hasta darse del todo, amando más que a sí mismo, hasta la muerte.

Esto es lo que distingue a los cristianos, vivir un amor como el de Jesucristo. No por las cruces o los ritos se conoce a los cristianos, sino por el amor.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano


Imagen para colorear

Amor – Misericordia - alegría


lunes, 11 de abril de 2016

17 DE ABRIL: IV DOMINGO DE PASCUA.


CUARTA SEMANA DE PASCUA

La resurrección es el mundo al revés, aunque habría que decir que es el mundo al derecho si no tuviéramos necesidad de efectuar un continuo cambio de nuestras perspectivas. Cristo va delante y nos precede en el camino, conduciendo la historia de los hombres hasta la tierra de Dios. Nadie tiene acceso al Padre si no pasa por la Puerta del reino que su Palabra construye. Los que le siguen han de aprender a reorientar su vida. Si la resurrección canta nuestra victoria, también expresa la nueva Ley de nuestra existencia.

          Y es que no tenemos que hacer ni más ni menos que imitar al Pastor que nos guía. San Pablo resume todo el dinamismo de la resurrección cuando escribe a las primeras comunidades: “Sois hijos de la luz; convertíos en hijos de la luz”.

           La “moral” de la resurrección es, antes que nada, afirmación de la salvación: pertenecéis a Cristo, y nadie puede arrancar de sus manos a aquellos que el Padre le ha entregado. La luz vino al mundo para que quien crea en ella no siga en las tinieblas: la Ley nueva es iluminación y gracia.

           Pero es también aprendizaje en la escuela de aquel que no reivindicó para sí el rango que le hacía igual a Dios. No hay más que un cristiano: Cristo. Sólo él vivió la exigencia del amor hasta el extremo, porque él es el amor. Sólo él puede pretender ser el Camino, porque él trazó, en la sangre y en la confianza, el camino que, a través del Gólgota, asciende hasta el jardín de la Pascua.

         “Seréis como dioses”, había susurrado la serpiente en el jardín del Edén. Y el hombre, presa del vértigo, creyó semejante mentira y se vio arrastrado al polvo. El que, en la paciencia y en la oración, trate de conformar su vida de acuerdo con la Palabra de Dios, el que trate de imitar los rasgos del divino Rostro, ése oirá cómo se le dice: “Hace mucho tiempo que yo estoy contigo; desde siempre eres como Dios”. He ahí el cambio total del mundo y la nueva Ley.




“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna…”

17 de Abril

IV DOMINGO DE PASCUA

JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES Y

COLECTA DE VOCACIONES NATIVAS

1ª Lectura: Hechos 13,14.43-52

Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Salmo 99: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

2ª Lectura: Apocalipsis 7,9.14-17

El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.

PALABRA DEL DÍA

Juan 10,27-30

“Dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos unos”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".

REFLEXIÓN

Los textos del tiempo pascual continúan volviendo nuestros ojos hacia el surgimiento y expansión de la comunidad cristiana, nacida precisamente con Cristo resucitado.

           Pero este nacimiento y esta expansión no tienen nada de mágico, sino que constantemente responden tanto a un designio misterioso del Padre, cuyos caminos desconocemos, como a determinadas contingencias humanas que condicionan el crecer de la Iglesia.

            Los textos que hoy comentamos nos plantean con suficiente crudeza esta realidad de la comunidad cristiana, que, si se siente asida de la mano del Padre, también está enraizada en una experiencia histórica que puede posibilitar o dificultar sus pasos por el mundo.

            El texto del evangelio de Juan tendría que ser como una especie de telón de fondo de toda la actividad de la comunidad eclesial, como un punto de referencia constante para evitar peligrosas distorsiones o malentendidos. Jesús se presenta como el Pastor de la comunidad de los discípulos, pastor que está en íntima relación con el Padre: “Yo y el Padre somos uno”.

      Lo interesante del texto es que Jesús no especifica quiénes son sus ovejas, pero sí que sus ovejas escuchan su voz y lo siguen; él, por su parte, las conoce íntimamente y da la vida por ellas.

  Si el domingo pasado veíamos el carácter institucional de la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro, el Pedro del amor, el texto de hoy sale al paso de cualquier tipo de cristianismo basado puramente en prioridades institucionales o jurídicas. En efecto, son discípulos de Jesús aquellos que verdaderamente escuchan su voz, es decir, que cumplen y viven el mandato liberador del Padre revelado en Jesucristo.

   Más importante que los lazos institucionales y visibles, son los estrechos lazos íntimos que unen al creyente con Cristo. Jesús no parece dejarse engañar por las apariencias, ya que sabe lo que pasa en el corazón del hombre.

     El conoce a los suyos con una mirada interior, profunda,  mezcla de conocimiento y de amor.

ENTRA EN TU INTERIOR

ESCUCHAR SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz... y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.

Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que "la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca". En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.      

Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una "religión burguesa" que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.

La aventura consiste en creer lo que el creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.

Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR

            El evangelio de hoy puede quedar una vez más en una hermosa frase, más o menos poética, si no surge hoy el compromiso de preguntarnos por esa voz de Cristo que tenemos que escuchar y cumplir para llamarnos sus discípulos. Si no conocemos a Jesucristo, tampoco podremos ser reconocidos por él porque podrá pasar delante de nuestras narices sin que nos demos cuenta. No basta que él nos conozca o nos quiera reconocer como sus llamados; un diálogo necesita la inter-relación, el encuentro de dos, la experiencia mutua de dos que se conocen, que se quieren y que se comprometen a algo en común.

            “Yo y el Padre somos uno”, dijo Jesús. Y esa comunión perfecta de amor, conocimiento y experiencia, es puesta como modelo de la relación del discípulo con Cristo.

            Hay quien consagra su vida íntegramente a la entrega y el servicio, en los distintos campos de la “pastoral”, los trabajos del pastor. Quieren vivir como Cristo pastor y confirmar su misión entre nosotros. Importan los distintos servicios, desde la palabra a los sacramentos, desde la educación a las humildes obras de misericordia. Pero importa, sobre todo, la caridad pastoral, la manera como se hacen las cosas, el amor que se pone en ello, la capacidad para renunciar y el sacrificio, hasta dar la vida, si es preciso, por los demás. Esta caridad pastoral elige preferentemente a los pobres. Así lo hacía el Buen Pastor.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.


Imagen para colorear.

El Buen Pastor llevará a sus ovejas hasta el cielo.


domingo, 3 de abril de 2016

10 DE ABRIL: III DOMINGO DE PASCUA.


TERCERA SEMANA DE PASCUA

“Yo soy el pan de vida… Quien come mi carne y bebe mi sangre…” El discurso de Jesús que sigue al relato de la multiplicación de los panes, en Juan 6, remite inevitablemente a la última cena y a la eucaristía, aun cuando la exégesis señale diferentes momentos más o menos marcados por esta referencia. Este tema del pan de vida, nos llevará desde el viernes de la segunda semana al sábado de la tercera semana de Pascua, por lo que nos conviene comprenderlo bien.

            “Les dio un pan del cielo” este versículo del salmo 89 está en el centro mismo del discurso. Nos hallamos en el desierto, y la reflexión se remite espontáneamente al maná y al Éxodo. Jesús ha multiplicado el pan para la muchedumbre, y algunos se equivocan en torno al sentido de este signo: hay que elevar el tono del debate. Jesús no es un hacedor de milagros; no da el pan a los hombres sin  que éstos tengan que “colaborar en las obras de Dios” La fe es el lugar del encuentro. Pero ¿quién es exactamente este Jesús? ¿El profeta? ¿El Rey? Toda interpretación excesivamente fácil es peligrosa; es preciso superar laboriosamente las etapas de la fe, Jesús, que se revela en la noche contra viento y marera, llama al hombre a comprometerse en su seguimiento. Por otra parte, el acontecimiento se sitúa poco antes de la Pascua, con lo cual se nos remite a la gran Pascua, donde la realeza del Hijo del Hombre será revelada a través del don que hará de sí mismo hasta la muerte.

            ¡La muerte y la vida! “Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron”. ¿De qué serviría multiplicar el pan si no fuera pan de vida eterna? ¿Cómo vamos a tener siempre al alcance de la mano a un hombre que nos dé el alimento de la inmortalidad? ¡Pues lo tenemos! Pero el encontrarnos con él supone la fe y el sacramento.

            Primero la fe. Jesús es el pan de vida.”Quien permanece en mí, permanece en Dios”. Se trata de permanecer en él, no de frecuentarlo cuando la necesidad se hace sentir.

            El alimento de vida eterna supone, pues, la fe. Pero la fe se expresa en el sacramento. ¡Hay que “comer” –en el sentido más radical- “la carne del Hijo del Hombre” y beber su sangre! “El, pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo”; las palabras de la última cena resuenan aquí como un eco. Pero ¿en qué consiste ese sacramento inaugurado en la última comida de Cristo?

            ¡Qué lejos estamos de la distribución gratuita de un alimento de inmortalidad! ¡No basta, verdaderamente, comulgar  para ser salvado! Jesús ha entregado su carne y su sangre, se ha entregado todo él… Comerlo, como lo hace la fe, es seguirle Hasta ahí: hacerse uno con su carne entregada y su sangre derramada. Acceder a la resurrección es aceptar el mismo camino que el de la Pascua. Si a los judíos les costó tanto creer que hay que “comer la carne de ese hombre”, no es porque les repugnase un acto tan extraño. Sino más bien, porque percibían implícitamente que esta invitación pone a Cristo en el centro de todo: ¿con qué derecho pretende él ser el Camino y la Vida, siendo así que al poco tiempo va a ser crucificado? Por lo demás, algunos discípulos van a comenzar a murmurar contra él por el mismo motivo: “¡Duras palabras son ésas! ¿Quién puede hacerle caso?”. Sí, la palabra sacramental es dura, ¡tan dura como el camino de la cruz! Pero no hay otra que pueda salvar al hombre y “resucitarlo”… ¿A quién iremos, Señor?.

            Es la tradición evangélica, el relato de la multiplicación de los panes se inserta en un conjunto que culmina en el reconocimiento de Cristo por Pedro y por la Iglesia. También aquí va el apóstol a proclamar su fe: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Pero la fe nunca será reposo absoluto. ¡Tampoco lo es en el sacramento! No se puede comer la carne del Hijo del Hombre sin sentarse con él a la mesa de la Cena y de la Pasión. De lo contrario, la vida no podrá surgir de la muerte, como tampoco fue posible la resurrección más que a través de la prueba del Calvario. Por eso la misa es un “sacrificio”. El pan partido para un mundo nuevo supera absolutamente todos los esfuerzos humanos por compartir mejor el pan: es el sacramento de la muerte necesaria para que florezca la vida. Y, en el Evangelio, el relato de la multiplicación de los panes es algo completamente distinto de una llamada a la generosidad, que siempre resulta decepcionante si no se inserta en la fe en Jesús. Pan de vida para quienes le siguen hasta el final.


"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

10 de Abril

III DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos 5,27-32.40-41

Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.

Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

2ª Lectura: Apocalipsis 5,11-14

Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.

PALABRA DEL DÍA

Juan 21,1-19

“En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos contestan: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pecado? Ellos contestaron: -No. Él les dice: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: - Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos? El le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le dice: -Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: -Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: -Sígueme”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".

REFLEXIÓN

            Tercer domingo de Pascua, “tercera aparición de Jesús”. Esta vez en circunstancias distintas, en plena naturaleza, junto al lago, y en medio de un trabajo fatigoso y descorazonador. Pero había amistad, había añoranzas de otro amigo, había una espera indefinida.

            Ellos, los siete discípulos, tenían confianza de volver a ver al maestro, porque él había hablado de volver a Galilea. Pero Jesús es imprevisible. Lo mismo puede aparecer en Judea que en Galilea, en Damasco que en roma, en el norte que en el sur. Y lo mismo puede aparecer en la noche que en el día, cuando amanece o cuando atardece; sea cuando sea, él es el Día. Y lo mismo puede aparecer cuando se reza o cuando se come, cuando se descansa, cuando se sufre o cuando se goza, en el curso o en la vocación, él es la Fiesta y el Descanso.

            Pero sus apariciones, que no tienen esquema ni programa, sí suelen tener un proceso similar. Podríamos concretarlo en un vacío o sufrimiento, una búsqueda perseverante y una respuesta al Señor.

            Al decir vacío, hablamos de experiencias de pobreza interior y sufrimiento. Conocemos la angustia de Magdalena, el desencanto de los caminantes de Emaús, el miedo de los discípulos, las dudas de Tomás, la frustración de los pescadores, las lágrimas de Pedro, la rabia de Saulo. Pueden ser tantas cosas: una crisis interior, etapas de incomprensión o de rechazo, abandono interior, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo. Ejemplos actualizados son innumerables. Siempre desde la insatisfacción.

            La insatisfacción y esterilidad de nuestras acciones y proyectos, puede ser signo ciertamente de un camino hoy misterioso para nosotros, por el que el Señor nos hace pasar para que participemos en su muerte. Pero eso no nos exime de preguntarnos si la esterilidad pudiera ser debida a que no haya en nosotros la vida del resucitado, a que no hayamos resucitado como Iglesia con el Señor. En efecto, nada se puede esperar de una “Iglesia moribunda”, pues de la muerte sólo puede salir muerte.

            La Iglesia del éxito, aquí en el mundo, es la Iglesia, que más allá del número, vive intensamente el júbilo de la resurrección. Todos sabemos por experiencia que reunir multitudes,  es relativamente fácil… el mejor signo de fecundidad de la Iglesia es su capacidad de alabanza y de agradecimiento. Alabar y agradecer son los gestos más característicos del amor perfecto. Nacen de la alegría profunda de haber sido salvados.

            En el anuncio del Kerigma, en agradecimiento mi alabanza, es lo que Dios quiere de los apóstoles y de sus sucesores, como asimismo de toda la comunidad cristiana: que se extienda por el mundo la acción del evangelio, considerado como buena noticia de la salvación de toda la humanidad.

ENTRA EN TU INTERIOR

              El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio del mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: sólo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

            El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de simón Pedro: “Me voy a pescar”. Los demás discípulos se adhieren a él: “También nosotros nos vamos contigo”. Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de simón Pedro.

            El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: “aquella noche no cogieron nada”. La “moche” significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

            Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocen cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.

            La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

            Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es ”hacer muchas cosas”, sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

            No podemos quedarnos en la “epidermis de la fe”. Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la cena del Señor. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Señor, que así sea siempre la Iglesia:

•          Hombres nuevos. Han renacido en la experiencia pascual. Comienza en el bautismo. Se realiza por el Espíritu. La santificación creciente, una vida como la de Cristo.

•          Comunidad nueva. Hay comunión profunda de vida, que incluye el amor, la ayuda mutua, el compartir los bienes. La comunión.

•          Cristo en el centro. Es el núcleo de la comunidad, que vive de él y para él, de su palabra y de su cuerpo, que se hace vida en cada uno. Es la fe.

•          El testimonio. Su trabajo es predicar a Jesucristo, con la palabra y la vida, evangelizar a los pobres, servir a todos. Es diaconía y “martirio”.

•          La autoridad. Es responsabilidad y servicio. A Pedro se le encomienda el cuidado principal por su primera fe y por su amor grande. No ha de ser un jefe “a nadie llaméis jefes, porque uno solo es vuestro jefe. Cristo” (Mt 23,10)-, sino un pastor, dedicado por tanto a defender a las ovejas, a cuidarlas, a guiarlas: es decir, que sea capaz de darlo todo y darse todo por sus ovejas.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.


Imagen para colorear

Jesús es la vela que mueve a su Iglesia.