lunes, 18 de abril de 2016

24 DE ABRIL: V DOMINGO DE PASCUA.


QUINTA SEMANA DE PASCUA

Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser Dios, dado en comunión.

            Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la palabra única entregada por Dios en Jesucristo. “¡El reino ha llegado a vosotros!. La Palabra de Dios no tiene más palabras para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se pueden ya oír la voz eterna. El amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se efectúa ya el gran gesto de Dios.

            El tiempo de la Iglesia se confunde con el de espera y la esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a la futura consumación. Y aunque viva ya la visión del cara a cara. Dios se ha revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará todo el tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: “¡Venga tu Reino!”. Con la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.

            Sois el Cuerpo de Cristo, ¡y no hay que profanar el amor!

            Sois la Viña plantada por Dios, ¡y no debéis nutriros de fuentes estériles!

Sois el pueblo consagrado, ¡y no podéis coquetear con el mundo caduco! ¡Señor, ten piedad de nosotros!.



“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

24 de Abril

V DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos 14,21-27

Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos.

Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

2ª Lectura: Apocalipsis 21,1-5

Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,31-35

“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

"Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él.
Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".

REFLEXIÓN

            “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”

            Es un sueño y una esperanza que viene de muy lejos. Todos los profetas y hombres inspirados, todos los misioneros y testigos, todos los creadores y revolucionarios han buscado ese cielo nuevo y esa tierra nueva.

            No nos gusta el pasado. ¡Cuánta corrupción y cuánta barbarie y cuánta maldad! No nos gusta el presente. ¡Cuánta corrupción y cuánto egoísmo! Ayer y hoy, ¡cuánta vejez y cuánta suciedad! Queremos un mundo nuevo, en el que se destierre la violencia; en el que habite la justicia; en el que habrá gozo y alegría por siempre, ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor. Un mundo nuevo en el que se restaure el verdadero paraíso, rotos los yugos de los tiranos y las botas estrepitosas, quemados los mantos manchados de sangre y las leyes de la exclusión, corriendo con abundancia los ríos de la paz y de la ciencia, respirando todos un aire de libertad. Un mundo nuevo en el que se defienda al pobre y al desvalido, en el que haya sitio para todos, en el que se impongan las normas y costumbres del respeto, la tolerancia y la solidaridad. Un mundo nuevo en el que el cielo se acerque a la tierra y Dios mismo sea nuestro príncipe y pastor. Entonces este mundo será “la morada de Dios con los hombres”. Dios mismo “acampará entre nosotros” y “enjugará las lágrimas” de todos los rostros.

            El mundo nuevo, el Reino o la morada de Dios, ya está aquí. Está en la persona que se renueva, dócil al Espíritu de Jesús, y está en los grupos que se comprometen a favor de los pobres, y está en la sociedad que se esfuerza por ser más justa y solidaria. El mundo nuevo está en todos los que siguen deseándolo y esperándolo activamente, en todos los que lo cantan y lo comunican, en todos los que estudian las leyes y los medios que conducen a su progresiva realización. Y está en todos los que lo rezan y lo sufren, en todos los que creen y los que aman.

ENTRA EN TU INTERIOR

NO PERDER LA IDENTIDAD

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la "cultura del intercambio". Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que "el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea". La gente capaz de amar es una excepción.

Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.

Si la Iglesia "se está diluyendo" en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.

Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.

José Antonio Pagola


 ORA EN TU INTERIOR

            Es el amor lo que engendra a la comunidad y lo que la alimenta. El amor manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo; por eso, una comunidad servicial es el templo viviente de Dios; es su casa y su morada.

            Y desde ese amor, tan divino como humano, tan espiritual como concreto, tan interior como sensible, deben leerse los demás signos cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen sentido si no son expresión de amor. Y una Iglesia sin amor es el anti-Cristo, el anti-signo de Jesús. Es, simplemente, un cuerpo muerto.

            El domingo pasado hablábamos de interiorizar nuestra relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que sólo el amor produce esa interiorización. El amor constituye la verdadera ideología del cristianismo, el punto de vista desde donde todo puede tener valor o puede no servir para nada.

            Siendo así el pensamiento de Jesús, no tenemos más alternativa que revisar nuestras actitudes, gestos, actos, instituciones y todo nuestro aparato legal para ver en qué medida son expresión y signo de amor o son, más bien, una forma elegante de evadirlo.

            Esta es la verdadera novedad, el amor de Cristo. Si se nos pide un amor como el suyo, estamos ante una realidad distinta. Si se nos manda que nos amemos como Cristo, se trata, desde luego, de un mandamiento nuevo.

            El amor de Jesucristo es auténtico, limpio, gratuito, respetuoso, paciente, entrañable, compasivo, oblativo, ilimitado, incondicional, universal, definitivo.

            Este amor, no es un amor que se cultive en la tierra. Es más bien un amor propio de Dios.

            No sabríamos qué admirar más. Damos alguna pincelada de los aspectos más novedosos.

-           Ama misericordiosamente, compasivo y enternecido ante cualquier miseria humana.

-           Ama con preferencia a los más pobres y pequeños, los que menos seducen, los que no pueden pagar, los que más necesitan.

-           Ama a todos, superando exclusivismo o privilegio, haciendo del más lejano un hermano, un próximo.

-           Ama gratuitamente, desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.

-           Ama incondicionalmente, para siempre, pase lo que pase y suceda lo que suceda.

-           Ama en comunidad, forjando comunión.

-           Ama hasta el fin, hasta darlo todo, hasta darse del todo, amando más que a sí mismo, hasta la muerte.

Esto es lo que distingue a los cristianos, vivir un amor como el de Jesucristo. No por las cruces o los ritos se conoce a los cristianos, sino por el amor.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano


Imagen para colorear

Amor – Misericordia - alegría


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