QUINTA
SEMANA DE PASCUA
Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a
conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y
siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser
amado. Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su
trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca
precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento
teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser Dios, dado en
comunión.
Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la
Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la palabra única
entregada por Dios en Jesucristo. “¡El reino ha llegado a vosotros!. La Palabra
de Dios no tiene más palabras para hacerse oír que palabras de hombres que
balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se pueden ya
oír la voz eterna. El amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos
de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se
efectúa ya el gran gesto de Dios.
El tiempo de la Iglesia se confunde con el de espera y la
esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan
decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia
recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a
la futura consumación. Y aunque viva ya la visión del cara a cara. Dios se ha
revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará todo
el tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: “¡Venga tu Reino!”. Con
la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar
a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.
Sois el Cuerpo de Cristo, ¡y no hay que profanar el amor!
Sois la Viña plantada por Dios, ¡y no debéis nutriros de
fuentes estériles!
Sois el pueblo consagrado, ¡y no podéis coquetear con el mundo caduco!
¡Señor, ten piedad de nosotros!.
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie
va al Padre, sino por mí”.
24 de
Abril
V DOMINGO
DE PASCUA
1ª
Lectura: Hechos 14,21-27
Contaron
a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos.
Salmo
144: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
2ª
Lectura: Apocalipsis 21,1-5
Dios enjugará
las lágrimas de sus ojos.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
13,31-35
“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es
glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros.
La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis
unos a otros”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
"Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del
hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él.
Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en
sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me
buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo
voy, ustedes no pueden venir'.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.
Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en
el amor que se tengan los unos a los otros".
REFLEXIÓN
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”
Es un sueño y una esperanza que viene de muy lejos. Todos
los profetas y hombres inspirados, todos los misioneros y testigos, todos los
creadores y revolucionarios han buscado ese cielo nuevo y esa tierra nueva.
No nos gusta el pasado. ¡Cuánta corrupción y cuánta
barbarie y cuánta maldad! No nos gusta el presente. ¡Cuánta corrupción y cuánto
egoísmo! Ayer y hoy, ¡cuánta vejez y cuánta suciedad! Queremos un mundo nuevo,
en el que se destierre la violencia; en el que habite la justicia; en el que
habrá gozo y alegría por siempre, ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni
dolor. Un mundo nuevo en el que se restaure el verdadero paraíso, rotos los
yugos de los tiranos y las botas estrepitosas, quemados los mantos manchados de
sangre y las leyes de la exclusión, corriendo con abundancia los ríos de la paz
y de la ciencia, respirando todos un aire de libertad. Un mundo nuevo en el que
se defienda al pobre y al desvalido, en el que haya sitio para todos, en el que
se impongan las normas y costumbres del respeto, la tolerancia y la
solidaridad. Un mundo nuevo en el que el cielo se acerque a la tierra y Dios
mismo sea nuestro príncipe y pastor. Entonces este mundo será “la morada de Dios con los hombres”. Dios mismo “acampará entre nosotros” y “enjugará las
lágrimas” de todos los rostros.
El mundo nuevo, el Reino o la morada de Dios, ya está
aquí. Está en la persona que se renueva, dócil al Espíritu de Jesús, y está en
los grupos que se comprometen a favor de los pobres, y está en la sociedad que
se esfuerza por ser más justa y solidaria. El mundo nuevo está en todos los que
siguen deseándolo y esperándolo activamente, en todos los que lo cantan y lo
comunican, en todos los que estudian las leyes y los medios que conducen a su
progresiva realización. Y está en todos los que lo rezan y lo sufren, en todos
los que creen y los que aman.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO PERDER
LA IDENTIDAD
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo
tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me
queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de
nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan
sin el Maestro?
Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a
otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús
los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han
recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois
discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que
una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión
de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una
disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su
identidad.
Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la "cultura del
intercambio". Las personas se intercambian objetos, servicios y
prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y
hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que "el amor es un fenómeno marginal
en la sociedad contemporánea". La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es
que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera
que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por
Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que
predomina con frecuencia entre nosotros.
Si la Iglesia "se está diluyendo" en medio de la sociedad
contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones
religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es
fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se
distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo
cristiano.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre
hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del
espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió
el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de
servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Es el amor lo que engendra a la comunidad y lo que la alimenta.
El amor manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo; por eso, una
comunidad servicial es el templo viviente de Dios; es su casa y su morada.
Y desde ese amor, tan divino como humano, tan espiritual
como concreto, tan interior como sensible, deben leerse los demás signos
cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen sentido si no son expresión de
amor. Y una Iglesia sin amor es el anti-Cristo, el anti-signo de Jesús. Es,
simplemente, un cuerpo muerto.
El domingo pasado hablábamos de interiorizar nuestra
relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que sólo el amor produce esa
interiorización. El amor constituye la verdadera ideología del cristianismo, el
punto de vista desde donde todo puede tener valor o puede no servir para nada.
Siendo así el pensamiento de Jesús, no tenemos más
alternativa que revisar nuestras actitudes, gestos, actos, instituciones y todo
nuestro aparato legal para ver en qué medida son expresión y signo de amor o
son, más bien, una forma elegante de evadirlo.
Esta es la verdadera novedad, el amor de Cristo. Si se
nos pide un amor como el suyo, estamos ante una realidad distinta. Si se nos
manda que nos amemos como Cristo, se trata, desde luego, de un mandamiento
nuevo.
El amor de Jesucristo es auténtico, limpio, gratuito,
respetuoso, paciente, entrañable, compasivo, oblativo, ilimitado,
incondicional, universal, definitivo.
Este amor, no es un amor que se cultive en la tierra. Es
más bien un amor propio de Dios.
No sabríamos qué admirar más. Damos alguna pincelada de
los aspectos más novedosos.
- Ama misericordiosamente, compasivo y
enternecido ante cualquier miseria humana.
- Ama con preferencia a los más pobres
y pequeños, los que menos seducen, los que no pueden pagar, los que más
necesitan.
- Ama a todos, superando exclusivismo o
privilegio, haciendo del más lejano un hermano, un próximo.
- Ama gratuitamente,
desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.
- Ama incondicionalmente, para siempre,
pase lo que pase y suceda lo que suceda.
- Ama en comunidad, forjando comunión.
- Ama hasta el fin, hasta darlo todo,
hasta darse del todo, amando más que a sí mismo, hasta la muerte.
Esto es lo que distingue a los cristianos, vivir un amor como el de
Jesucristo. No por las cruces o los ritos se conoce a los cristianos, sino por
el amor.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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