lunes, 7 de marzo de 2016

13 DE MARZO: V DOMINGO DE CUARESMA.


“Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar.”

13 DE MARZO

V DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Isaías 43,16-21

Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.

Salmo: 125

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

2ª Lectura: Filipenses 3,8-14

Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.

PALABRA DEL DÍA

Juan 8,1-11

“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”.

Versión para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

REFLEXIÓN

            En la recta final ya de nuestro itinerario cuaresmal, las lecturas de hoy nos hablan de novedad, de renovación, de caminar adelante con esperanza. Es la alegría de la Pascua, de la vida nueva, que vislumbramos ya al final del camino. Muy apropiada en este sentido es la 1ª lectura, en la que el profeta Isaías anuncia el retorno del exilio: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”. En medio del desierto y de la soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el yermo, para que avance y beba su pueblo. El salmo evoca también esta vida renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se han convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. También nosotros avanzamos por un camino que a menudo comporta cruz, pero con la esperanza de la resurrección. Es el camino de Jesús, el camino de la muerte a la vida que también nosotros nos disponemos a compartir, incorporados a él.

            Otra vez un evangelio, que nos habla de la misericordia de Dios. El estilo de Dios, bien representado en Jesús, es completamente distinto que el de los escribas y los fariseos. Para ellos, todo eran acusaciones, murmuraciones, rencores, insidias, legalismos, condenas… Por dos veces dice que Jesús se inclinó y escribía con el dedo en el suelo. Es una imagen significativa de la actitud de Jesús, que “pasa” de aquella gente, a los que ni quiere escuchar. Para Jesús, lo único importante es la persona: liberarla, perdonarla, salvarla. Jesús da la vuelta a los argumentos de los fariseos: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, Evidentemente, todos se fueron escabullendo, “empezando por los más viejos”. Los acusadores se han convertido en acusados.

            Aquellos que condenaban a la mujer pecadora, los que la querían matar lapidándola, lo decían y lo querían hacer en nombre de la Ley de Moisés, o sea, en nombre de su fe, de su religión, en definitiva en nombre de Dios. Y este tema tiene una gran actualidad, ya que hoy en día seguimos viendo grupos extremistas, fanáticos que matan en nombre de Dios, en nombre de la religión que sea, en nombre de una pretendida justicia divina. Es evidente que esto no puede ser. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva.

            El texto del evangelio contrapone una vez más dos espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor; o, como dice Pablo, “la justicia que viene de los hombres con la que viene de la fe de Cristo, la que viene de Dios…”.

Aparentemente Jesús está entre la espada y la pared. Se lo arrincona contra la ley para que opte ciegamente por ella condenando así a una mujer adúltera. “Debes elegir –se le dice- entre salvar la ley o salvar al pecador.” Jesús no duda un instante y opta por el hombre, así sea un hombre pecador y enfermo. El resto es fácil de comprender: los garabatos en la tierra, el desafío que ahora él mismo lanza a sus acusadores para que dejen correr la ley y apedreen, si así les place, a la mujer; la desbandada general de los “justos”, el silencio de la mujer.
El final es simple y tierno: una mujer pecadora “se levanta” y comienza a recorrer el camino de la libertad, libre de la ley y libre del pecado. Ya no caben dudas: lo nuevo está brotando…

Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del cristiano: condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”).

De ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste destruye y esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y destruido dentro del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco nos dice y, en todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo fundado en el cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y la imagen de un Dios justiciero y terrible.

Pero a falta de otra palabra más adecuada, descubrimos con el evangelio que “pecado” significa todo aquello que atenta contra nuestra dignidad de hombres. El pecado nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y humilla. Envidia, celos, agresión, delación, violencia, perversiones, injusticias, odio…, son todas facetas de una misma y única realidad que corroe el corazón del hombre, anula sus proyectos y destruye su historia.

ENTRA EN TU INTERIOR

REVOLUCIÓN IGNORADA

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de "la revolución ignorada" por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Jesús quería a los pecadores, no al pecado. El pecado es en sí mismo un castigo. “El que comete pecado es un esclavo”, dirá Jesús un poco más adelante (Jn 8,34). No hace falta que nadie le condene, él mismo se condena. Todo pecado origina dependencia y tristeza. Y Jesús nos quiere libres y dichosos. Así, hace a la mujer una corrección fraterna. La corrección es buena, si nace del amor; buena y necesaria.

            Seguro que la mujer aprendió bien la lección, no tanto por el peligro, sino porque miró los ojos de Jesús, como le pasó a Pedro.

            Y de lo que sí estamos ciertos es que esa mujer jamás, jamás se atrevería a condenar a nadie. Aprendió de Jesús a ser humilde, a comprender a los demás, a no juzgar ni condenar. Nunca se atrevería a tirar piedra alguna. Aprendió en Jesús la misericordia.

ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, compasivo y misericordioso, defensor de los débiles y salvador de los pecadores. Aleja de mi corazón todo juicio y condenación. Hazme participe de tu compasión. Y ábreme el oído: “Anda y en adelante no peques más, porque puedes poner en peligro tu fe”.

Expliquemos el Evangelio a los niños

Imágenes de Fano



Imagen para colorear

La ley está escrita en piedra, pero Jesús apunta los pecados en arena que se borra con el soplo de su misericordia. Hoy es el día de tu liberación-



V SEMANA DE CUARESMA




SEMANA DE LA VIDA

La quinta semana de cuaresma es la semana de la vida. El Evangelio, como el de los dos domingos precedentes, se puede tomar de la semana quinta de cuaresma del ciclo A, la resurrección de Lázaro.

Los textos de esta quinta semana nos presentan el combate de Jesús con sus enemigos. Los enemigos son aquellos que se tienen por fieles a la ley de Moisés. La ley de Moisés se convierte, para ellos en su ley, en escudo y acusación contra Jesús.   Por tener a Moisés y querer ser fieles a él, desprecian y olvidan a Jesús. Un intento de fidelidad que se convierte en infidelidad.

Jesús se presenta como vencedor de la muerte: vence la muerte que ha eclipsado a su amigo Lázaro; saca de la muerte a la mujer adúltera, a la que todos querían apedrear. Aplicando la ley al pie de la letra, los que se tienen por justos condenan a muerte; superando la ley con generosidad divina, Jesús libra de la muerte a la mujer. Jesús es el que viene a salvar y dar vida a quienes estaban perdidos.

            La vida suscita una provocación: los enemigos de Jesús no soportan la vida y toda su actuación se encaminará a quitar la vida a Aquel que da la vida. Muerte y vida entablan un gigantesco combate. Al final, la vida triunfará, no sin antes pasar por el combate.

            El episodio de Lázaro  y el relato de la mujer adúltera son la clave de interpretación de esta semana. Su proclamación no debería faltar en alguna de las diversas celebraciones.

            “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quien crea en mí, aunque muera, vivirá. Creer en el Amor absoluto es esperar que el amor esté “garantizado” en algún sitio. Es esperar que la vida “renazca de él”. Más allá del final, o cuando llega el final, el amor comienza dando vida. El amor es una corriente que no muere.

            Los catecúmenos y los bautizados ya pueden abrirse a la esperanza y confiarse totalmente a Dios.

            La semana termina con un “listo para sentencia”: “No tenéis idea; no calculáis que antes que perezca la nación conviene que uno muera por el pueblo… Desde aquel día estuvieron decididos a matarlo.







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