miércoles, 2 de marzo de 2016

6 DE MARZO: IV DOMINGO DE CUARESMA


“Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.

6 DE MARZO

4º DOMINGO DE CUARESMA

(Al igual que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden escoger las lecturas del 4º 

Domingo de Cuaresma del Ciclo A)

1ª Lectura: Josué 5,9ª. 10-12

El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.

Salmo 33: Gustad y vez qué bueno es el Señor.

2ª Lectura: 2 Corintios 5,17-21

Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.

PALABRA DEL DÍA

Lc 15,1-3.11-32

“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio  y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".

REFLEXIÓN

En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como ésta del “Padre bueno”.

El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.

¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.

El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?

Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere sólo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y sólo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».

El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía
de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?

El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».

¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.

            Jesús nos presenta una típica familia de campo: todos trabajan para lo mismo, ya que la tierra es el patrimonio familiar, por lo que es un grave pecado pretender dividirla o enajenarla. Sin embargo, para aquel padre lo importante no era todo eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su libertad, sabe callar y esperar. Ante la petición del hijo menor, accede, pues sabe que su hijo ya no es un niño: quiere ahora hacer su vida; el padre lo comprende, no sin gran dolor.

            Después viene la larga y confiada espera. Conoce a fondo el corazón de su hijo: sabe de su debilidad, pero también de las posibilidades que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida, y acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo. Su testimonio de comprensión, silencio y amor será como un imán para el hijo en desgracia.

            Así ve Jesús a Dios, “el Padre” por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la libertad al hombre y acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado… sin resentimiento. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte que el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; por eso espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor –gran paradoja- que hace vivir al pecador.

            El nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni más justicia que el perdón; sin tribunales, ni fiscales ni cárceles. Sólo tiene una casa que quiere llenar con la alegría de sus hijos. Ya bastante cárcel y tribunal tiene cada uno con su conciencia y con las heridas y humillaciones que la misma vida le proporciona. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre: duro y trabajoso parto hacia la luz.

            La parábola aclara mucho el concepto  de pecado. El pecado aparece como una decisión personal, como algo que define a uno mismo. Más que un acto malo, es una actitud en la que el hombre pretende encontrarse consigo mismo, si bien acabará en un frágil espejismo.

            La parábola del  PADRE BUENO  es la  escenificación  de  nuestra  situación  y de la misericordia de Dios, significado en el padre; es un canto al amor que siempre perdona de Dios, es la síntesis de la buena nueva de Jesús. Así es Dios, tan bueno, tan comprensivo, tan indulgente con quien se arrepiente, tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como el padre que se alegra del retorno de su hijo.


El pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse de la responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un proceso lento y un tanto duro. Como ese falso refugio, en el que creemos sentirnos seguros, pero que nos deja más insatisfechos.

El pecado es el camino ancho y fácil…, lleno de espejismos seductores de ahí que aparezca como la tentación permanente del hombre.

            El pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza. Bastan pocos minutos para destrozar una familia o una comunidad. Nada importa, porque el pecado es egoísmo ciego. Su esencia es destruir (destruir la hacienda familiar) y levantar la enseña absoluta del yo y nada más que el yo.

            Y así el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar y da la espalda al padre y a toda la familia.  Ahora ya está lejos de su casa y libre de toda responsabilidad. Primero mantiene la ilusión de la libertad y de la felicidad; después. La cruda realidad lo vuelve en sí. Está sólo, tremendamente sólo, vacío, desnudo y hambriento. Por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de hombre y de hijo, y siente envidia de los cerdos que guardaba.

            La parábola describe tres momentos en la conversión del hombre: Recapacitar… Ponerse en camino… Volver al Padre….

Lo primero: pensar y reflexionar. Cada día cometemos errores y nos desviamos, pero esto es parte de nuestra condición humana. Si queremos ser auténticos, enfrentémonos con los hechos, juzguemos nuestra propia conducta y avancemos.

Y después de la reflexión viene el momento crítico: levantarse y partir, desandando el camino, corrigiendo el rumbo y retornando a la comunidad. En ese levantarse del hijo hay todo un sentido de regeneración y resurrección: nace de nuevo a la vida, como lo dice el mismo padre. Ahora tiene que sepultar el pasado y enterrar una vida vieja y absurda.

            Todo este proceso de conversión termina en el encuentro del hijo con el padre. En la parábola no se dice que el padre lo perdonó, pero si que afirma efusivamente: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. El perdón  no es algo que se otorga o se recibe, sino algo que se construye entre dos, porque es la vuelta al amor, a un amor más profundo y duradero.  Primero fue el abrazo del Padre a un hijo que sólo quería ser tenido como un criado más. Después vino la fiesta: la familia se ha reencontrado. El vestido nuevo, el anillo y las sandalias son los símbolos del renacimiento del hijo en la comunidad, el padre viste a su hijo precisamente como “hijo”, hijo en todo el sentido de la palabra.

ENTRA EN TU INTERIOR

Toda una lección de seguimiento…

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”, mal llamada “parábola del hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo” para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.


Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El “hijo mayor” es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

“ME PONDRÉ EN CAMINO ADONDE ESTÁ MI PADRE…”

            La parábola del padre bueno es una bella descripción del ser de Dios. La parábola sale de los labios de Jesús ante la dureza y severidad de los fariseos y los maestros de la ley al advertir que los cobradores de impuestos y otros pecadores se acercaban a él para escucharlo. Reprueban la actitud de Jesús porque los acoge y porque incluso tiene la osadía de comer con ellos. Para Jesús, las personas siguen siendo personas, aunque estén marginadas por la sociedad. Para los fariseos, algunas personas dejan de serlo porque no entran en el grupo de los buenos.

            Dios lo único que no puede dejar de hacer es amar. Si no amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad queda totalmente desbordada anta la grandeza de este amor. Y tenemos tendencia a poner diques a la inmensidad de Dios. Entonces, tal vez con buena intención, le decimos que sus caminos ciertamente no son nuestros caminos y que se equivoca. Nos creemos, a veces, autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas veces, hermanos y hermanas, hemos hecho el papel del hijo mayor de la parábola!.

ORACIÓN

            Dios, en Jesucristo, nos ha revestido con su propio traje de gala; el amor. Nos ha reconciliado de una vez para siempre. Nos ha calzado con las sandalias de la libertad de los hijos para que nada ni nadie nos esclavice. Nos ha colocado el anillo de su alianza en un amor imperecedero.

            Éste es el cristiano que, ligero de equipaje, tan sólo provisto de la certeza de que Dios lo ha reconciliado con él de una vez por todas, prosigue en su camino evangelizador,  afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una esperanza de amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso más sincero de armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con Dios.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano


Imagen para colorear

Dios ama con el CORazón



IV SEMANA DE CUARESMA

SEMANA DE LA LUZ

La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal; toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que nos hará libres.

            La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.

            Se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.

            El bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.

            A partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.


            Los días que nos conducen a la Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El proceso se inició con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros, no es más que un vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.

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