“Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
21 de Febrero
II Domingo de
Cuaresma
1ª Lectura:
Génesis 15,5-12.17-18
Dios hace
alianza con Abrahán, el creyente.
Salmo 26: El
Señor es mi luz y mi salvación.
2ª Lectura:
Filipenses 3,17 – 4,1
Cristo nos
transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso.
PALABRA DEL
DÍA
Lucas 9,28-36
“Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una
montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus
vestidos brillaban de blancos. De pronto dos hombres conversaban con él: eran
Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a
consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y
espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras
estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué hermoso es estar aquí.
Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía
lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se
asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo,
el escogido, escuchadle”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús sólo. Ellos
guardaron silencio y, por el momento no contaron a nadie nada de lo que habían
visto”.
Versión para
América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro,
Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras
se volvieron de una blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida
de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron
despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús:
"Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al
entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este
es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos
callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto. “
REFLEXIÓN
El Evangelio de hoy, vuelve a recordarnos uno de los
aspectos de nuestra “hoja de ruta” en esta cuaresma: la oración. Oramos porque
Jesús oró. Y ¡ojalá que oráramos como Jesús oraba! Él se retira a la montaña,
al silencio, para orar. Pero se lleva a tres apóstoles. Mientras Jesús tiene
una experiencia particular del sentido de su vida y de su muerte, los apóstoles
duermen profundamente. Una escena curiosa que recuerda la de Getsemaní cuando
Jesús, en oración, ve inminente su muerte. Los apóstoles también duermen. En la
primera escena Jesús se siente transfigurado ante el sentido de su entrega. En
la segunda, padece la cercanía del desenlace. De ambas, Jesús sale reforzado
interiormente y con una entrega sin fisuras. Regresa al valle de la vida
ordinaria o afronta sereno la llegada de los que le conducirán a la muerte.
Los apóstoles están fuera de lugar. Será necesaria la
experiencia de Jesús resucitado para que se comporten de una manera más
coherente. También nuestra oración debe ser todas estas cosas: claridad y
sentido para tantos acontecimientos de nuestra vida, pero también tensión y
angustia en momentos críticos. Si nuestra oración acaba, al final, en un acto
de confianza en Dios, saldremos con determinación de todo tipo de situaciones.
ENTRA EN TU
INTERIOR
ESCUCHAR SOLO
A JESÚS
La escena es considerada tradicionalmente como "la transfiguración
de Jesús". No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio
origen a este sorprendente relato. Sólo sabemos que los evangelistas le dan
gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever
algo de la verdadera identidad de Jesús.
En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y,
aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de
la ley y los profetas respectivamente, sólo el rostro de Jesús permanece
transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.
Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que
están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí.
Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca
a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que
a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no
ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.
La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de
Jesús: «Éste es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No
ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle
a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de
llevar hasta él.
Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que
tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades
cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos
constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al
resto de los libros bíblicos.
Hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por
Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los
evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús.
Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria
histórica. Son "relatos de conversión" que invitan al cambio, al seguimiento
a Jesús y a la identificación con su proyecto.
Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud
han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada
creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada
domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a
transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que
el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Nosotros no podemos dormirnos. Porque ya vivimos con la presencia de
Cristo resucitado en nuestra vida personal y en la vida de la Iglesia. Ni
podemos caer en la comodidad de hacer lo que nos es más fácil y satisfactorio.
Nuestro lema nos lo ofrece el mismo Dios: escuchar a su propio Hijo en los
momentos de oración en el Tabor y en los quehaceres en el valle de la vida
cotidiana.
Que él aumente nuestra fe y nuestra esperanza para continuar
resueltamente nuestro itinerario hacia la Pascua. Jalonemos, pues, nuestra
semana de resurrección.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
Imagen para
colorear
“Este es mi hijo amado”.
Silencio y Escucha.
SEGUNDA
SEMANA DE CUARESMA
RECORRE
EL CAMINO DE LA MISERICORDIA
Esta segunda semana es en el leccionario cuaresmal, la semana de la
Misericordia. Es el tema dominante durante toda la semana.
El Dios que se presenta es un Dios de entrañas de
misericordia. En contraposición con el Dios legalista y justiciero, los
evangelios nos descubren un Dios con entrañas de misericordia y de perdón.
Pero no solo esto: se pide al cristiano que sea él mismo misericordioso
como lo es Dios.
El domingo segundo de cuaresma vemos el pasaje de la
transfiguración. Jesús lleva a los suyos a una montaña alta. La Ascensión y el
camino de Jesús acaban siempre en una montaña.
La cuaresma acabará en una montaña, la del Gólgota y la
de la Ascensión. Mientras se llega a aquella, y como empuje para llegar allí,
está el Tabor, la gloria de Dios que aparece en todo su esplendor por unos
momentos.
Se les anuncia lo incomprensible para ellos justamente en
estos momentos de luz: “He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre
será entregado”.
Los evangelios de la semana comienzan por una invitación
a la misericordia: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
He aquí un camino a realizar durante estos cinco días, y
la novedad que se está pidiendo al creyente. El cambio y la transfiguración que
se nos exige pasan por hacernos hombres y mujeres llenos de ternura y de
misericordia.
Acoger al hermano es darle vida, es levantarle de su
postración y entronizarlo en el mundo de la comunidad. Acoger es algo así como
dar existencia y recrear al otro. Donde
nos sentimos acogidos, allí somos distintos, allí todo lo bueno que llevamos en
el corazón crece y se desarrolla y es posible el futuro y el cambio.
Abrir los brazos a todos y acercarse a todos y dar cabida
a todos es el mensaje de la predicación de Jesús. Por eso, Él es el hombre
nuevo, sabe perdonar y sabe entrar en la casa de los pecadores para perdonarlos
y dejar que entren todos en su casa, en su corazón.
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