CUARTA
SEMANA DE PASCUA
La resurrección es el mundo al revés, aunque habría que decir que es el
mundo al derecho si no tuviéramos necesidad de efectuar un continuo cambio de
nuestras perspectivas. Cristo va delante y nos precede en el camino,
conduciendo la historia de los hombres hasta la tierra de Dios. Nadie tiene
acceso al Padre si no pasa por la Puerta del reino que su Palabra construye.
Los que le siguen han de aprender a reorientar su vida. Si la resurrección
canta nuestra victoria, también expresa la nueva Ley de nuestra existencia.
Y es que no tenemos que hacer ni más ni menos que imitar
al Pastor que nos guía. San Pablo resume todo el dinamismo de la resurrección
cuando escribe a las primeras comunidades: “Sois hijos de la luz; convertíos en
hijos de la luz”.
La “moral” de la resurrección es, antes que nada,
afirmación de la salvación: pertenecéis a Cristo, y nadie puede arrancar de sus
manos a aquellos que el Padre le ha entregado. La luz vino al mundo para que
quien crea en ella no siga en las tinieblas: la Ley nueva es iluminación y
gracia.
Pero es también aprendizaje en la escuela de aquel que no
reivindicó para sí el rango que le hacía igual a Dios. No hay más que un
cristiano: Cristo. Sólo él vivió la exigencia del amor hasta el extremo, porque
él es el amor. Sólo él puede pretender ser el Camino, porque él trazó, en la
sangre y en la confianza, el camino que, a través del Gólgota, asciende hasta
el jardín de la Pascua.
“Seréis como dioses”, había susurrado la serpiente en el
jardín del Edén. Y el hombre, presa del vértigo, creyó semejante mentira y se
vio arrastrado al polvo. El que, en la paciencia y en la oración, trate de
conformar su vida de acuerdo con la Palabra de Dios, el que trate de imitar los
rasgos del divino Rostro, ése oirá cómo se le dice: “Hace mucho tiempo que yo
estoy contigo; desde siempre eres como Dios”. He ahí el cambio total del mundo
y la nueva Ley.
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna…”
17 de
Abril
IV
DOMINGO DE PASCUA
JORNADA
MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES Y
COLECTA
DE VOCACIONES NATIVAS
1ª
Lectura: Hechos 13,14.43-52
Sabed que
nos dedicamos a los gentiles.
Salmo 99:
Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
2ª
Lectura: Apocalipsis 7,9.14-17
El
Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
10,27-30
“Dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie
las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y
nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos unos”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las
arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie
puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
REFLEXIÓN
Los textos del tiempo pascual continúan volviendo nuestros ojos hacia el
surgimiento y expansión de la comunidad cristiana, nacida precisamente con
Cristo resucitado.
Pero este nacimiento y esta expansión no tienen nada de
mágico, sino que constantemente responden tanto a un designio misterioso del
Padre, cuyos caminos desconocemos, como a determinadas contingencias humanas
que condicionan el crecer de la Iglesia.
Los textos que hoy comentamos nos plantean con suficiente
crudeza esta realidad de la comunidad cristiana, que, si se siente asida de la
mano del Padre, también está enraizada en una experiencia histórica que puede
posibilitar o dificultar sus pasos por el mundo.
Lo interesante del texto es que Jesús no especifica
quiénes son sus ovejas, pero sí que sus ovejas escuchan su voz y lo siguen; él,
por su parte, las conoce íntimamente y da la vida por ellas.
Si el domingo pasado veíamos el carácter institucional de
la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro, el Pedro del amor, el texto de hoy
sale al paso de cualquier tipo de cristianismo basado puramente en prioridades
institucionales o jurídicas. En efecto, son discípulos de Jesús aquellos que
verdaderamente escuchan su voz, es decir, que cumplen y viven el mandato
liberador del Padre revelado en Jesucristo.
Más importante que los lazos institucionales y visibles,
son los estrechos lazos íntimos que unen al creyente con Cristo. Jesús no
parece dejarse engañar por las apariencias, ya que sabe lo que pasa en el
corazón del hombre.
El conoce a los suyos con una mirada interior,
profunda, mezcla de conocimiento y de
amor.
ENTRA EN
TU INTERIOR
ESCUCHAR
SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS
La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto
del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire
amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta
de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice
que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué
significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e
imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz... y me siguen». Después de veinte
siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser
la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.
Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho
más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos
cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su
frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una
ocasión que "la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo
ha de correr siempre agua fresca". En esta Iglesia vieja de veinte siglos
hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.
Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas
decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade
nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos
de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades
la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.
Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el
momento de decidirnos entre contentarnos con una "religión burguesa"
que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir
la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.
La aventura consiste en creer lo que el creyó, dar importancia a lo que
él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los
indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como
él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte
con la esperanza con que él se enfrentó.
Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la
comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más
digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a
la sociedad uno de sus mejores servicios.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
El evangelio de hoy puede quedar una vez más en una
hermosa frase, más o menos poética, si no surge hoy el compromiso de
preguntarnos por esa voz de Cristo que tenemos que escuchar y cumplir para
llamarnos sus discípulos. Si no conocemos a Jesucristo, tampoco podremos ser
reconocidos por él porque podrá pasar delante de nuestras narices sin que nos
demos cuenta. No basta que él nos conozca o nos quiera reconocer como sus
llamados; un diálogo necesita la inter-relación, el encuentro de dos, la
experiencia mutua de dos que se conocen, que se quieren y que se comprometen a
algo en común.
“Yo y el Padre somos uno”, dijo Jesús. Y esa comunión
perfecta de amor, conocimiento y experiencia, es puesta como modelo de la
relación del discípulo con Cristo.
Hay quien consagra su vida íntegramente a la entrega y el
servicio, en los distintos campos de la “pastoral”, los trabajos del pastor.
Quieren vivir como Cristo pastor y confirmar su misión entre nosotros. Importan
los distintos servicios, desde la palabra a los sacramentos, desde la educación
a las humildes obras de misericordia. Pero importa, sobre todo, la caridad
pastoral, la manera como se hacen las cosas, el amor que se pone en ello, la
capacidad para renunciar y el sacrificio, hasta dar la vida, si es preciso, por
los demás. Esta caridad pastoral elige preferentemente a los pobres. Así lo
hacía el Buen Pastor.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
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