“Tampoco
yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar.”
13 DE
MARZO
V DOMINGO
DE CUARESMA
1ª
Lectura: Isaías 43,16-21
Mirad que
realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.
Salmo:
125
El Señor
ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
2ª
Lectura: Filipenses 3,8-14
Por
Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.
PALABRA
DEL DÍA
Juan 8,1-11
“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó
de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les
enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le
preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.
Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en
adelante no peques más”.
Versión
para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús fue al monte de
los Olivos.
Al amanecer volvió al
Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los
fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos
ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para
ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a
escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se
enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera
piedra".
E inclinándose
nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras,
todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó
solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le
preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha
condenado?".
Ella le respondió:
"Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no
peques más en adelante".
REFLEXIÓN
En la recta final ya de nuestro itinerario cuaresmal, las
lecturas de hoy nos hablan de novedad, de renovación, de caminar adelante con esperanza.
Es la alegría de la Pascua, de la vida nueva, que vislumbramos ya al final del
camino. Muy apropiada en este sentido es la 1ª lectura, en la que el profeta
Isaías anuncia el retorno del exilio: “No recordéis lo de antaño, no penséis en
lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”. En
medio del desierto y de la soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el
yermo, para que avance y beba su pueblo. El salmo evoca también esta vida
renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se han
convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres”. También nosotros avanzamos por un camino que a menudo
comporta cruz, pero con la esperanza de la resurrección. Es el camino de Jesús,
el camino de la muerte a la vida que también nosotros nos disponemos a
compartir, incorporados a él.
Otra vez un evangelio, que nos habla de la misericordia
de Dios. El estilo de Dios, bien representado en Jesús, es completamente
distinto que el de los escribas y los fariseos. Para ellos, todo eran
acusaciones, murmuraciones, rencores, insidias, legalismos, condenas… Por dos
veces dice que Jesús se inclinó y escribía con el dedo en el suelo. Es una
imagen significativa de la actitud de Jesús, que “pasa” de aquella gente, a los
que ni quiere escuchar. Para Jesús, lo único importante es la persona:
liberarla, perdonarla, salvarla. Jesús da la vuelta a los argumentos de los
fariseos: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, Evidentemente,
todos se fueron escabullendo, “empezando por los más viejos”. Los acusadores se
han convertido en acusados.
Aquellos que condenaban a la mujer pecadora, los que la
querían matar lapidándola, lo decían y lo querían hacer en nombre de la Ley de
Moisés, o sea, en nombre de su fe, de su religión, en definitiva en nombre de
Dios. Y este tema tiene una gran actualidad, ya que hoy en día seguimos viendo
grupos extremistas, fanáticos que matan en nombre de Dios, en nombre de la
religión que sea, en nombre de una pretendida justicia divina. Es evidente que
esto no puede ser. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y que viva.
El
texto del evangelio contrapone una vez más dos espíritus y dos actitudes: lo
viejo y lo nuevo, la ley y el amor; o, como dice Pablo, “la justicia que viene
de los hombres con la que viene de la fe de Cristo, la que viene de Dios…”.
Aparentemente Jesús está entre la espada y la pared. Se lo arrincona
contra la ley para que opte ciegamente por ella condenando así a una mujer
adúltera. “Debes elegir –se le dice- entre salvar la ley o salvar al pecador.”
Jesús no duda un instante y opta por el hombre, así sea un hombre pecador y
enfermo. El resto es fácil de comprender: los garabatos en la tierra, el
desafío que ahora él mismo lanza a sus acusadores para que dejen correr la ley
y apedreen, si así les place, a la mujer; la desbandada general de los
“justos”, el silencio de la mujer.
El final es simple y tierno: una mujer pecadora “se levanta” y comienza a
recorrer el camino de la libertad, libre de la ley y libre del pecado. Ya no
caben dudas: lo nuevo está brotando…
Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del cristiano: condenar el
pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”).
De ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste destruye y
esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y destruido dentro
del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco nos dice y, en
todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo fundado en el
cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y la imagen de un
Dios justiciero y terrible.
Pero a falta de otra palabra más adecuada, descubrimos con el evangelio
que “pecado” significa todo aquello que atenta contra nuestra dignidad de
hombres. El pecado nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y humilla.
Envidia, celos, agresión, delación, violencia, perversiones, injusticias,
odio…, son todas facetas de una misma y única realidad que corroe el corazón
del hombre, anula sus proyectos y destruye su historia.
ENTRA EN
TU INTERIOR
REVOLUCIÓN
IGNORADA
Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen
su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley.
Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se
condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La
ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».
Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia
de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y
audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en
el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera
piedra».
Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más
responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces
Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura
y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su
perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante
no peques más».
Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha
dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo
que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su
perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras
reivindicaciones y condenas resentidas.
Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las
consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la
opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente
por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue
padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace
unos años de "la revolución ignorada" por el cristianismo.
Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces
supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con
frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La
violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario,
constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.
¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en
nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de
concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda
mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y
protección eficaz?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús quería a los pecadores, no al pecado. El pecado es en sí mismo un
castigo. “El que comete pecado es un esclavo”, dirá Jesús un poco más adelante
(Jn 8,34). No hace falta que nadie le condene, él mismo se condena. Todo pecado
origina dependencia y tristeza. Y Jesús nos quiere libres y dichosos. Así, hace
a la mujer una corrección fraterna. La corrección es buena, si nace del amor;
buena y necesaria.
Seguro que la mujer aprendió bien la lección, no tanto
por el peligro, sino porque miró los ojos de Jesús, como le pasó a Pedro.
Y de lo que sí estamos ciertos es que esa mujer jamás,
jamás se atrevería a condenar a nadie. Aprendió de Jesús a ser humilde, a
comprender a los demás, a no juzgar ni condenar. Nunca se atrevería a tirar
piedra alguna. Aprendió en Jesús la misericordia.
ORACIÓN
FINAL
Señor Jesús, compasivo y misericordioso, defensor de los débiles y
salvador de los pecadores. Aleja de mi corazón todo juicio y condenación. Hazme
participe de tu compasión. Y ábreme el oído: “Anda y en adelante no peques más,
porque puedes poner en peligro tu fe”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
Imagen
para colorear
La ley
está escrita en piedra, pero Jesús apunta los pecados en arena que se borra con
el soplo de su misericordia. Hoy es el día de tu liberación-
SEMANA DE
LA VIDA
La quinta semana de cuaresma es la semana de la vida. El Evangelio, como
el de los dos domingos precedentes, se puede tomar de la semana quinta de
cuaresma del ciclo A, la resurrección de Lázaro.
Los textos de esta quinta semana nos presentan el combate de Jesús con
sus enemigos. Los enemigos son aquellos que se tienen por fieles a la ley de
Moisés. La ley de Moisés se convierte, para ellos en su ley, en escudo y
acusación contra Jesús. Por tener a
Moisés y querer ser fieles a él, desprecian y olvidan a Jesús. Un intento de
fidelidad que se convierte en infidelidad.
Jesús se presenta como vencedor de la muerte: vence la muerte que ha
eclipsado a su amigo Lázaro; saca de la muerte a la mujer adúltera, a la que
todos querían apedrear. Aplicando la ley al pie de la letra, los que se tienen
por justos condenan a muerte; superando la ley con generosidad divina, Jesús
libra de la muerte a la mujer. Jesús es el que viene a salvar y dar vida a
quienes estaban perdidos.
La vida suscita una provocación: los enemigos de Jesús no
soportan la vida y toda su actuación se encaminará a quitar la vida a Aquel que
da la vida. Muerte y vida entablan un gigantesco combate. Al final, la vida
triunfará, no sin antes pasar por el combate.
El episodio de Lázaro
y el relato de la mujer adúltera son la clave de interpretación de esta
semana. Su proclamación no debería faltar en alguna de las diversas
celebraciones.
“Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quien
crea en mí, aunque muera, vivirá. Creer en el Amor absoluto es esperar que el
amor esté “garantizado” en algún sitio. Es esperar que la vida “renazca de él”.
Más allá del final, o cuando llega el final, el amor comienza dando vida. El
amor es una corriente que no muere.
Los catecúmenos y los bautizados ya pueden abrirse a la
esperanza y confiarse totalmente a Dios.
La semana termina con un “listo para sentencia”: “No
tenéis idea; no calculáis que antes que perezca la nación conviene que uno
muera por el pueblo… Desde aquel día estuvieron decididos a matarlo.
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