“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos”
3 DE
ABRIL
II
DOMINGO DE PASCUA
DOMINGO
DE LA DIVINA MISERICORDIA
1ª
Lectura: Hechos. 5,12-16
Crecía el
número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
Salmo
117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
2ª
Lectura: Apocalipsis 1,9-13.17-18
Estaba
muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
20,19-31
“Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús
repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los discípulos le decían:
“Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado no lo creo”.
A los ocho días,
estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”, Luego dijo a
Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y
Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que
crean sin haber visto”.
Muchos otros signos,
que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al atardecer de ese
mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y
poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto,
les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando
vieron al Señor.
Jesús les dijo de
nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también
los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló
sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce,
de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le
dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde,
estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás.
Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de
ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi
costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió:
"¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo:
"Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!".
Jesús realizó además
muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran
relatados en este Libro.
Estos han sido escritos
para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo,
tengan Vida en su Nombre.”
REFLEXIÓN
Nuestra fe en la resurrección de Jesucristo no puede ser
sólo conceptual. La fe en Jesucristo no es cuestión de conceptos, sino de
comunión. “Nunca nos olvidamos de que Cristo es ante todo comunión. Él no ha
venido para crear una religión nueva, sino para suscitar una comunión” (Roger Schutz). Así lo expresaba San Pablo:
“… y conocerle a él, el poder de la resurrección y la comunión en sus
padecimientos… tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp
3,10-11). No puede haber fe pascual si no participamos de la resurrección de
Cristo.
En todo este proceso la iniciativa la pone el Señor, que
viene a nuestro encuentro, se pone en “medio” de nosotros, y nos comunica su
Espíritu. Es autocomunicación de Dios; por medio del Espíritu vivificante se
nos comunica la vida de Cristo resucitado.
La experiencia de los apóstoles y demás discípulos del
Señor es significativa. Andaban dispersos o encerrados por el miedo. Estaban
tristes y desesperanzados. La muerte de Jesucristo, a pesar de los avisos y
recomendaciones, había supuesto para ellos un mazazo “mortal”; no sólo no
levantaban cabeza –toda su fe y sus proyectos, se habían venido abajo, un
ridículo espantoso-, sino que estaban “muertos”. Entonces Cristo resucitado se
esfuerza por reunirlos, como el pastor a sus ovejas, se presenta, poniéndose en
medio de ellos, vivificándoles.
Cristo es, efectivamente, el centro de la Iglesia, el
centro de nuestra vida, el centro del mundo. Nuestros pensamientos y miradas,
siempre a Cristo. Ninguna comunidad puede ser cristiana si no pone en el medio
a Cristo, si no está centrada en Cristo. Él se convierte en amigo, en Señor, en
comunicador de señorío y de vida.
Y “exhaló su aliento sobre ellos”. Y el aliento era el
Espíritu. “Recibid el Espíritu Santo” Máxima donación de Cristo. El Espíritu es
su vida íntima. Nos entrega su vida resucitada. “Cristo, vida nuestra”. Cristo
se está dando a sí mismo para que los suyos vivan; pero no con el miedo, sino
con la vida nueva de su Espíritu.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO SEAS
INCRÉDULO SINO CREYENTE
La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy
popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más
de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras
que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No
seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a
creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en
los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre
hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior le ha llevado
del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato,
Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de
Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos
hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos,
pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y
cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o
temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede
llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar
esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo
visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas.
Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos,
creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos
en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando
en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de
Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo
cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no
podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a
buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer,
para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios,
que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para
encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Tomás palpó las llagas: ¡Dios mío Tomás tocó las entrañas
de Dios: se acabaron parta siempre sus dudas. Tomás se sentía ardiendo: ¡Señor
mío y Dios mío!. Las llagas de Cristo fueron curativas, se podría hacer un
estudio, no sólo de lo que significaron para Tomás, sino lo que han significado
para la Iglesia, para nosotros:
Han ayudado a crecer, porque prueban la realidad del dios
encarnado y de Cristo resucitado. Cristo no es una idea o un mito, es una
realidad palpitante.
Han ayudado a rezar, porque son objeto de gran devoción y
suscitan la mayor confianza. A través de esas llagas se quiere penetrar en
Dios. Y, por otra parte, esas llagas son oración permanente ante el Padre.
Han ayudado a sufrir, porque Cristo se hace presente en
todas las llagas, porque todas las llagas se unen a las de Cristo, y esta
comunión de llagas produce consuelo y fortaleza. Ahora podríamos fijarnos en
cuáles son las llagas más dolorosas de Cristo hoy.
Han ayudado a luchar. Si Cristo recibió tantas heridas en
su combate, ¿nos vamos a asustar nosotros porque tengamos algún rasguño? “No
habéis resistido todavía hasta la sangre” (Hb 12,4).
Han ayudado a amar. Las llagas son prueba del amor más
grande, capaz de dejarse romper por nosotros. Pues amor con amor se paga. A más
entrega, más amor.
ORACIÓN
FINAL
Que la alegría de esta Pascua no se quede en meras
palabras o solamente en los ritos. Que esa alegría florezca en un despertar del
espíritu comunitario en cada uno de nuestros hogares, siendo servidores los
unos de los otros.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano
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