“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz
en el cielo y gloria en lo alto”.
20 de
Marzo
DOMINGO
DE RAMOS
EN LA
PASIÓN DEL SEÑOR
PALABRA
PARA LA PROCESIÓN DE LOS RAMOS
Lc
19,28-40
“Jesús iba hacia
Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al
monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: “Id a la aldea
de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado
todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo
desatáis?”, contestadle: “El Señor lo necesita”. Ellos fueron y lo encontraron
como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron:
“¿Por qué desatáis el borrico?” Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se
lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se
acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos,
entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que
habían visto, diciendo: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!
Paz en el cielo y gloria en lo alto”. Algunos fariseos de entre la gente le
dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Él replicó: “Os digo, que si
estos callan, gritarían las piedras”.
MISA DEL
DÍA
1ª
Lectura: Isaías 50,4-7
Bendito
el que viene en nombre del Señor.
Salmo 21:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
2ª Lectura:
Filipenses 2,6-11
Se
rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
PALABRA
DEL DÍA
PASIÓN DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Lucas
23,1-49
“El senado del pueblo,
o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a
presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: “Hemos comprobado que
este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey”. Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres
tú el rey de los judíos?”. Él le contestó: “Tú lo dices”. Pilato dijo a los
sumos sacerdotes y a la turba: “No encuentro ninguna culpa en este hombre.
Ellos insistían con más fuerza diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando por
toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. Pilato, al oírlo, preguntó si era
galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió.
Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a
Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo,
porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio
bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos
sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo
trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo
remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque
antes se llevaban muy mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las
autoridades y al pueblo, les dijo: “Me habéis traído a este hombre, alegando
que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros,
y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni
Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se
le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía
que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: “¡Fuera ese! Suéltanos
a Barrabás”. (A este lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en
la ciudad y un homicidio). Pilato volvió a dirigirle la palabra con intención
de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”.
Él les dijo por tercera vez: “Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en
él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo
soltaré”. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e
iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó
al que le pedían (al que habían metido en la cárcel por revuelta y homicidio),
y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo conducían, echaron mano de
un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que
la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres
que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y
les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotros y por
vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “Dichosas las
estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”.
Entonces empezarán a decirles a los montes: “Desplomaos sobre mostros”! y a las
colinas: “Sepultadnos”; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el
seco?. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y
cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y se repartieron sus ropas
echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas
diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de
Dios, el elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre
y diciendo: “si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima
un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba: “¿Ni
siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo,
porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en
nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le
respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Era ya eso de
mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde;
porque se escureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente,
dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu””. Y dicho esto, expiró. El
centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: “realmente, este
hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo,
habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus
conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían
seguido desde Galilea y que estaban mirando”.
REFLEXIÓN
LA PASIÓN
SEGÚN LUCAS: EL EVANGELISTA DEL CICLO C.
Silencio
ante Herodes (Lc 23,9)
Sólo Lucas nos recoge esta escena de la Pasión. Jesús fue
llevado de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato. Era un juego de intereses y
cobardías. Y resulta que, en el camino del uno y del otro, Jesús les
reconcilió, “se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados” (23,12).
Lo que más nos impresiona es el silencio de Jesús. Es un
silencio muy elocuente, que se repite a lo largo de la Pasión, pero aquí es aún
más significativo. Contrasta con “la palabrería” de Herodes. El rey es vano y
superficial, Jesús es digno, auténtico. No quiere ser un bufón de la corte o
una estrella para el espectáculo.
Un silencio lleno de dignidad y profundidad, no sólo en
cuanto a palabras, sino en cuanto a signos. Podía haber hablado con señales,
pero no quiso comprar su libertad ni con palabras ni con milagros. Hubiera sido
como una broma al Espíritu que había recibido.
Consuelo
de los que lloran (Lc 23,27-31)
Lucas recoge las lágrimas de estas buenas mujeres, que
son la flor de la ternura, uno de los aspectos más luminosos de la Pasión. Son
lágrimas de desconsuelo, lágrimas nada más, lágrimas de mujeres compasivas,
pero son un reflejo de la parte sana del pueblo, una manifestación de los
pequeños, de los pobres de Yahveh, de los que no tienen fuerza contra el poder,
pero que agradan extraordinariamente a Dios. Estas lágrimas son muy valiosas,
como las dos monedas de la viuda en el templo, como las lágrimas de todos los
pobres y todas las víctimas.
Para Jesús no pasan inadvertidas. Olvidándose de su
situación desesperada, agradece su compasión y las consuela. No lloréis por mí…
Palabras
de perdón (Lc 23,34)
De la cruz otros evangelistas recogen el grito desgarrado
del abandono. Lucas tres hermosas palabras, la primera de perdón. Mientras le
crucificaban. Cristo está rezando al Padre y suplicando el perdón para sus
verdugos, que “no saben lo que hacen”.
Necesitábamos esta palabra viva. Muchas veces nos había
enseñado Jesús que perdonáramos y que amáramos a los enemigos. Nos parecía
imposible. Ahora sabemos que sí, que se puede perdonar siempre, que se puede
perdonar todo. Jesús es un maestro en el arte del perdón.
Promesas
y esperanzas (Lc 23,42-43)
La segunda palabra recogida por Lucas en la cruz es una
gran promesa a una buena persona y a un “buen ladrón”.
Este hombre tiene una vista extraordinaria, porque es
capaz de ver en ese compañero de suplicios al verdadero Rey y Señor. Una fe muy
hermosa. Este va a ser la última oveja perdida que Jesús recupera; con ella de
la mano, o quizá sobre el hombro, se presentará al Padre.
El ladrón no se atrevía a pedir más que un recuerdo
cuando llegue a su Reino. Jesús le promete eterna compañía y pronta liberación:
ya, hoy mismo, cuando el día está acabando, estarás conmigo en el Paraíso, y
allí ya no tendrás que robar, te bañarás en la abundancia de Dios.
El grito
de la confianza (Lc 23,46)
Lucas nos explica el sentido del grito de Jesús al
expirar. Era un grito de entrega total al Padre: “A tus manos encomiendo mi
espíritu”, toda mi vida, en tus manos, Padre. En el momento decisivo de la
muerte, un grito de confianza absoluta. La última palabra: Padre. Fue la
primera: aquí estoy. Padre. Y es la última: A ti voy. Padre.
En algún momento de la Pasión y la cruz, Jesús sintió la
duda y el abandono total y lo gritó. ¿Dónde estás, Dios mío? ¿Tiene algún
sentido todo esto? Ahora al final, vuelve la luz, la paz, la presencia. Ahora
sabe que no caerá en el vacío, que la muerte es fecunda. La victoria de la fe,
del amor.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Escándalo
y locura.
Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios
crucificado solo podía ser vista como un escándalo y una locura. ¿A quién se le
ha ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se
ha atrevido a confesar algo semejante.
Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el
Crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las
autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal,
la crueldad del odio y el fanatismo de la justicia. Pero ahí precisamente, en
esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con
todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder dominador, de toda belleza
estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela,
en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y solo amor. Por eso
padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.
Este Dios crucificado no es el Dios poderoso y
controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su
gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final
nuestra libertad, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere
ser víctima de sus criaturas que verdugo suyo.
Este Dios crucificado no es tampoco el Dios justiciero,
resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos
creyentes. Dios no responde al mal con mal. “En Cristo está Dios, no tomando en
cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo”
(2 Cor 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos
adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas
inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren
y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y no nacidos, las mujeres
maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por
nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado,
para no olvidar nunca el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y
una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio
redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra
esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Estas realidades no son cosa del pasado. La Pasión y la
Pascua se prolongan. Miramos al Cristo del siglo I y al Cristo del siglo XXI.
La historia se repite, pero multiplicada por millones. “Masas dolientes y
hambrientas a causa de la injusticia humana reclaman la victoria de la vida, la
resurrección, la exaltación en el Reino de Dios, que está en marcha”.
Está en marcha. El triunfo se ha anticipado en
Jesucristo, pero no se ha completado. Seguimos, no recordando, sino celebrando
y viviendo el drama. Porque sí, “en esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24).
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano
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