“Sacad
enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias
en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque
este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado”.
6 DE
MARZO
4º
DOMINGO DE CUARESMA
(Al igual
que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden escoger las lecturas del
4º
Domingo de Cuaresma del Ciclo A)
1ª
Lectura: Josué 5,9ª. 10-12
El pueblo
de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo 33:
Gustad y vez qué bueno es el Señor.
2ª
Lectura: 2 Corintios 5,17-21
Dios, por
medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
PALABRA
DEL DÍA
Lc
15,1-3.11-32
“En aquel tiempo,
solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y
los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores
y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el
menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor,
juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna
viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un
hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le
insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar
cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos;
y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me
pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el
cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió; y, echando a
correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he
pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el
padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle
un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Todos los publicanos y
pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con
ellos".
Jesús les dijo entonces esta
parábola:
Jesús dijo también: "Un
hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su
padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les
repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo
menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo,
cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio
de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar
cerdos.
El hubiera deseado calmar su
hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo:
'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de
mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado
hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a
la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus
servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en
el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado
y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto
y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el
campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los
sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano
ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso
entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace
tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo
ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él
el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo
mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y
alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido encontrado'".
REFLEXIÓN
En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan
profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana.
Ninguna otra es tan actual para nosotros como ésta del “Padre bueno”.
El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la
herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre.
Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre
desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir
libremente su camino.
¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios,
ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de
desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la
parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.
El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos
de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su
corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad
moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está
Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original
no sugiere sólo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada,
caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene
un «hambre terrible» y sólo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un
extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de
nuestra lejanía
El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío,
recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi
padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta
el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una
decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si
conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al
encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente».
Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología.
Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.
Jesús nos presenta una típica familia de campo: todos
trabajan para lo mismo, ya que la tierra es el patrimonio familiar, por lo que
es un grave pecado pretender dividirla o enajenarla. Sin embargo, para aquel
padre lo importante no era todo eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su
libertad, sabe callar y esperar. Ante la petición del hijo menor, accede, pues
sabe que su hijo ya no es un niño: quiere ahora hacer su vida; el padre lo
comprende, no sin gran dolor.
Después viene la larga y confiada espera. Conoce a fondo
el corazón de su hijo: sabe de su debilidad, pero también de las posibilidades
que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida, y
acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo. Su
testimonio de comprensión, silencio y amor será como un imán para el hijo en
desgracia.
Así ve Jesús a Dios, “el Padre” por excelencia. No impone
su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la libertad al hombre y
acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado… sin
resentimiento. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte que
el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; por eso
espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor
–gran paradoja- que hace vivir al pecador.
El nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni
más justicia que el perdón; sin tribunales, ni fiscales ni cárceles. Sólo tiene
una casa que quiere llenar con la alegría de sus hijos. Ya bastante cárcel y
tribunal tiene cada uno con su conciencia y con las heridas y humillaciones que
la misma vida le proporciona. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que
espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre: duro y
trabajoso parto hacia la luz.
La parábola aclara mucho el concepto de pecado. El pecado aparece como una
decisión personal, como algo que define a uno mismo. Más que un acto malo, es
una actitud en la que el hombre pretende encontrarse consigo mismo, si bien
acabará en un frágil espejismo.
La parábola del
PADRE BUENO es la escenificación de
nuestra situación y de la misericordia de Dios, significado en
el padre; es un canto al amor que siempre perdona de Dios, es la síntesis de la
buena nueva de Jesús. Así es Dios, tan bueno, tan comprensivo, tan indulgente
con quien se arrepiente, tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como
el padre que se alegra del retorno de su hijo.
El pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse
de la responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un
proceso lento y un tanto duro. Como ese falso refugio, en el que creemos
sentirnos seguros, pero que nos deja más insatisfechos.
El pecado es el camino ancho y fácil…, lleno de espejismos seductores de
ahí que aparezca como la tentación permanente del hombre.
El pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza.
Bastan pocos minutos para destrozar una familia o una comunidad. Nada importa,
porque el pecado es egoísmo ciego. Su esencia es destruir (destruir la hacienda
familiar) y levantar la enseña absoluta del yo y nada más que el yo.
Y así el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar y
da la espalda al padre y a toda la familia.
Ahora ya está lejos de su casa y libre de toda responsabilidad. Primero
mantiene la ilusión de la libertad y de la felicidad; después. La cruda
realidad lo vuelve en sí. Está sólo, tremendamente sólo, vacío, desnudo y
hambriento. Por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de
hombre y de hijo, y siente envidia de los cerdos que guardaba.
La parábola describe tres momentos en la conversión del
hombre: Recapacitar… Ponerse en camino… Volver al Padre….
Lo primero: pensar y reflexionar. Cada día cometemos errores y nos
desviamos, pero esto es parte de nuestra condición humana. Si queremos ser auténticos,
enfrentémonos con los hechos, juzguemos nuestra propia conducta y avancemos.
Y después de la reflexión viene el momento crítico: levantarse y partir,
desandando el camino, corrigiendo el rumbo y retornando a la comunidad. En ese
levantarse del hijo hay todo un sentido de regeneración y resurrección: nace de
nuevo a la vida, como lo dice el mismo padre. Ahora tiene que sepultar el
pasado y enterrar una vida vieja y absurda.
Todo este proceso de conversión termina en el encuentro
del hijo con el padre. En la parábola no se dice que el padre lo perdonó, pero
si que afirma efusivamente: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y lo hemos encontrado”. El perdón no es algo que se otorga o se recibe, sino
algo que se construye entre dos, porque es la vuelta al amor, a un amor más
profundo y duradero. Primero fue el
abrazo del Padre a un hijo que sólo quería ser tenido como un criado más.
Después vino la fiesta: la familia se ha reencontrado. El vestido nuevo, el
anillo y las sandalias son los símbolos del renacimiento del hijo en la
comunidad, el padre viste a su hijo precisamente como “hijo”, hijo en todo el
sentido de la palabra.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Toda una
lección de seguimiento…
Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”,
mal llamada “parábola del hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha
atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar
y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que
permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos
del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger
al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce
alegría, como a su padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la
fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño
entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su
hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo”
para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota
dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo
órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe
exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su
corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar.
No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona,
no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer
nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos
habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados,
de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular…
Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a
todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de
todos.
El “hijo mayor” es una interpelación para quienes creemos vivir junto a
él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar
nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser
testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos
construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes
buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos
puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
“ME
PONDRÉ EN CAMINO ADONDE ESTÁ MI PADRE…”
La parábola del padre bueno es una bella descripción del
ser de Dios. La parábola sale de los labios de Jesús ante la dureza y severidad
de los fariseos y los maestros de la ley al advertir que los cobradores de
impuestos y otros pecadores se acercaban a él para escucharlo. Reprueban la actitud
de Jesús porque los acoge y porque incluso tiene la osadía de comer con ellos.
Para Jesús, las personas siguen siendo personas, aunque estén marginadas por la
sociedad. Para los fariseos, algunas personas dejan de serlo porque no entran
en el grupo de los buenos.
Dios lo único que no puede dejar de hacer es amar. Si no
amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad queda totalmente desbordada anta la
grandeza de este amor. Y tenemos tendencia a poner diques a la inmensidad de
Dios. Entonces, tal vez con buena intención, le decimos que sus caminos
ciertamente no son nuestros caminos y que se equivoca. Nos creemos, a veces,
autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas veces, hermanos y hermanas, hemos
hecho el papel del hijo mayor de la parábola!.
ORACIÓN
Dios, en Jesucristo, nos ha revestido con su propio traje
de gala; el amor. Nos ha reconciliado de una vez para siempre. Nos ha calzado
con las sandalias de la libertad de los hijos para que nada ni nadie nos
esclavice. Nos ha colocado el anillo de su alianza en un amor imperecedero.
Éste es el cristiano que, ligero de equipaje, tan sólo
provisto de la certeza de que Dios lo ha reconciliado con él de una vez por
todas, prosigue en su camino evangelizador,
afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una
esperanza de amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso
más sincero de armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con
Dios.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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de Fano
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Dios ama
con el CORazón
IV
SEMANA DE CUARESMA
SEMANA
DE LA LUZ
La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la
cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el
eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de
descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal;
toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha
liberado, no lo es menos que nos hará libres.
La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la
de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.
Se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor,
nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y
resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz
permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con
el Dios de amor y de la vida.
El bautismo es un acto único en la vida del creyente que
le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento
de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en
Jesús se hace realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo,
fue crucificado con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en
el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida
nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.
A partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana
de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.
Los días que nos conducen a la Semana Santa se
caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la oposición contra
Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El proceso se inició
con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene
palabras de vida eterna, para otros, no es más que un vulgar blasfemo. Para
unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de una vida fundada en
su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en definitiva, el
proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha tanto el que se
proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.
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